sábado, 13 de diciembre de 2008

Café

Olía a café por toda la sala. Ella odiaba el café, pero le encantaba su olor, lo sentía entrar por su nariz y le recordaba a algo exótico y lejano. Pensaba en el olor del café porque, probablemente, era su único consuelo en aquella panadería en medio de la ciudad. Veía, a través del cristal, a la gente pasar, arriba y abajo, izquierda y derecha, un sinfín de pasos que resonaban contra el arcén. “Todo esto es de locos”, pensaba una y otra vez, siempre que tenía que ir a la ciudad; pero no era sólo un pensamiento, también era una intuición de que algo allí no acaba de funcionar del todo, acompañada siempre de un sentimiento de desamparo que tenía al ver todo el ajetreo, a todo el mundo corriendo siempre, siempre en círculos, sin pensar nunca en la silueta que habían descrito sus pasos o en cuan humano podía llegar a ser equivocarse. Pero no sólo la gente, también veía todos los edificios, tan altos y tan fríos, todos apiñados y aglomerados, uno detrás del otro; y las personas que vivían ahí, en aquellos pisos enanos que valían su peso en oro, en el centro (o no tan centro) de la ciudad, ¿no tenía la sensación de que cada vez que entraba en su “casa” se estaba metiendo en un cajón? Como aquellos japoneses que viven en casas enanas y duermen, literalmente, dentro de un armario.

“Todo eso es de locos, malditos cosmopolitas, estáis todos locos”, volvía a pensar una y otra vez en su cabeza. Pero ese pensamiento tampoco daba para mucho, y no es que fuera muy agradable, así que decidió intentar fijarse en otra cosa. Dio un mordisco a su croissant, le encantaba, era un de esos muy dulces, con mucho caramelo. Y mientras lo saboreaba, coqueta como era ella, se limpiaba cuidadosamente con la servilleta de papel, despacito y con toques suaves sobre sus labios. Se fijó en el interior del local, la verdad es que era un sitio muy bonito, tenía una decoración retro y unos sofás anchos muy cómodos, y lo mejor de todo era la música, que encajaba perfectamente en el ambiente, siempre un jazz o un blues, de aquellos que solían ser tan tranquilos e improvisados, siempre llenos de emoción. Y aquello le recordaba a una de sus ilusiones, comprar un día un local y montar ahí su negocio, había pensado para ello en varias cosas, un restaurante no era mala idea, y hacer un café literario también le haría mucha ilusión, hacer un bar grande donde pudiera hacer exposiciones de cuadros y fotos de artistas desconocidos era otra idea interesante, además también podría poner muchas mesas para ajedrez y juegos de cartas, o también podría hacer un bar con una pequeño escenario para invitar a humoristas a que hicieran monólogos. Sin duda alguna, todas aquellas eran buenas ideas, pero la que más le atraía era la de hacer un club de jazz, con música en directo, y pasarse el día buscando, escuchando e invitando a bandas.

Pero todo aquello, por el momento, sólo eran ilusiones, ahora no tenía, ni de lejos, el dinero necesario para pedir un préstamo. Era abogada, y le gustaba el derecho, le gustaba su trabajo, y el problema era precisamente ese, que su trabajo le gustaba; y algo que te gusta puedes llevarlo durante mucho tiempo, no sé, diez, veinte años, a diferencia de algo que te encanta, con lo que puedes estar toda una vida. Por eso, a pesar de que le gustaba su trabajo, siempre pensaba en que podría hacer en el futuro.

Terminó su croissant y su vaso de agua, y como vio que su cita no llegaba, decidió salir de aquella cafetería que tanto le había gustado. Sintió el viento en la cara al salir, sensación que la maravillaba a pesar del frío, y pensó que lo de su cita no era muy importante, un simple asunto de trabajo que podía esperar. Y al salir y sentir aquel viento y aquel frío tan agradables pensó que no había estado mal haber estado esperando un rato sola, con sus ideas, sus pensamientos, sus emociones…Un rato a solas con ella misma.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Alex

- Y yo le veía ahí, solo, prácticamente en un rincón, sin hablar con nadie. Sentía un inmenso nudo en la garganta, y una inmensa rabia, una furia que me comía, quería estallar en gritos o algo parecido, no soportaba verle así.
- ¿Fue muy difícil para ti verle así, verdad?
- Sí, y yo estaba allí, que se me saltaban las lágrimas de rabia e impotencia, me contenía, sí, pero no sabía que hacer.
- ¿Te planteaste alguna vez que para él no fuera tan difícil estar en esa situación? ¿Que, en realidad, fuera mucho más difícil para ti?
Él no respondió a la pregunta instantáneamente, sino que dio un suspiro, se inclinó hacia delante, se frotó la frente, y con las manos juntas dijo:
- ¿Sabe cuándo entendí muchas de las cosas que le pasaban por la cabeza?
- Me encantaría oírlo.
- Fue ese mismo día, poco después se acercó a mi, me tiró de la pierna del pantalón para llamar mi atención y me dijo, con rostro preocupado: “¿Te das cuenta papá? Están compitiendo todo el día, unos con otros, pero sólo gana uno, los que pierden a veces lloran y el que gana sólo piensa en ganar otra cosa”.
De repente se hizo un silencio, pero no era un silencio incómodo, parecía como si el padre quisiera que las palabras de su hijo flotaran en el aire, como si fueran un paño de oro que merece ser contemplado detenidamente.
- ¿Le asombró mucho que su hijo dijera aquello, verdad?
Él afirmó con la cabeza, mientras el otro se inclinó y gesticulando con las manos le preguntó:
- ¿Qué cree que estaba intentando decirle su hijo?
- Me decía “Papi, no te preocupes, a mi no me importa tanto”. Es un niño muy inteligente y muy tímido, por eso no podía decirme sencillamente que no tenía porque ponerme así, que no era tan importante.
- ¿Entonces usted estaba preocupado por su hijo, pero a él no le pasaba nada hasta que se entristeció al verle preocupado?
- Ya ve, doctor, a veces la vida es una inmensa paradoja.

domingo, 9 de noviembre de 2008

El Viaje de Chihiro

Observo su rostro y una cálida lágrima se desliza por mi mejilla, jamás pensé que los dioses pudiesen estar en todas partes, invadiendo nuestra materialista realidad con su mágica llamada. Jamás pensé que el mundo, el mundo más real, el mundo de los sueños, pudiera ser tan bello. Gracias Chihiro, me has enseñado más que el millar de páginas de filosofía y clásicos que he leído, tanto racionalismo barato acabó por matar al niño que siempre he llevado dentro; tú me lo has enseñado, jamás volveré a ser un simple eslabón de la cadena, jamás olvidaré quien soy: ese niño rubio de pelo enmarañado que no se cansa de soñar mientras mira las estrellas.
Porque si nos roban nuestro verdadero nombre jamás podremos volver a nuestro hogar, si olvidamos nuestra identidad jamás podremos volver a mirar las estrellas mientras su luz ilumina nuestros ojos.

Chihiro sonríe mientras me mira, la dulzura está en cada uno de los poros de su rostro, su silueta dibujada y transparente parece desvanecerse hacia la verdadera realidad, dejándome a mi en este extraño lugar. Quisiera volver a pintarla con mis acuarelas, esas mismas que utilizaba de niño para dibujar elefantes, pero Chihiro sonríe y sonríe, y es transparente y es lívida, y es cercana y es lejana, como un sueño apunto de desvanecerse. Y así es...ella desparece con la misma lógica irracional con que apareció, y me deja a mi sentado en un banco de un parque vacío, desdibujado en una postal otoñal pintada por un bohemio desesperado, rodeado de hojas caídas, frío errante, ocres difuminados, árboles sin nombre y una fuente donde calmar mi sed, cuya agua no deja de fluir jamás.

Chihiro y su viaje se desvanecen, y me dejan a mi solo y triste, pero se que puedo volver a encontrar su magia siempre que quiera: sólo he de cerrar los ojos. Y así podré volver a encontrar la fuerza para no ser un simple eslabón de la cadena, para no pintar un cero más en la fila. Así encontraré la fuerza para soñar, vivo y despierto, muerto y dormido; la fuerza para luchar por lo que sueño, la fuerza para luchar por lo que amo.

jueves, 23 de octubre de 2008

Las Horas (II)

Suspira, y se seca las lágrimas, es una mujer joven, atractiva, con el pelo corto y ligeramente pelirrojo. Se limpia con una toallita, y después de ver que sus lágrimas no han destrozado demasiado su maquillaje, se dirige hacia la cocina y se pone el delantal. Empieza cortando a rodajas las hortalizas mientras el agua está hirviendo, le encanta cocinar, pero sólo si cocina sola, no puede soportar que haya gente cerca estorbándola, y cuando está sola siente que el tiempo se para y que algo baja la frecuencia de su cerebro, relajándola. Sigue cocinando, y mientras está preparando el puré ve a su hijo, que está jugando con un camión de juguete en el salón, lo ve y se dice a si misma que tiene un hijo maravilloso, que por él merece la pena seguir adelante y soportarlo todo.

El puré ya está casi hecho, así que se levanta, se acerca donde está su hijo (tan pequeño, tan único, tan bajito) y le besa suavemente la mejilla, sonríe y le pasa la mano la mano por su pelo (tan moreno); “¿Qué estás de buen humor hoy mami?” “Claro”, dice ella. “Qué bien, mami está de buen humor!” dice el niño mientras hace saltar a su camión de juguete y le da vueltas por el suelo con fuerza. Ella piensa en lo maravilloso que es él, su pequeño príncipe, que sabe jugar sólo y divertirse sin molestar a nadie, y que la más pequeña de las buenas noticias le hace saltar de alegría. Brrrumm, Brum, sigue haciendo el niño con el camión, y mientras lo hace, mira a su madre y le dice, como muy preocupado y a la vez muy ilusionado “Mami, crees que de mayor podré tener un camión de verdad?”. “Claro cariño, no veo porque no”. “Qué bien!”, responde él y sigue jugando con el camión, emocionado. Al cabo de un rato para su juego por completo, mira a su madre con rostro preocupado y le dice: “Mami, pero yo quiero ser santo”. “Vale, ¿y?”, pregunta ella, sin lograr a entender que es lo que preocupa tanto a su hijo. “Pero si soy santo, no podré tener un camión porque los santos no llevaban camiones” “Bueno, tú podrías ser el primer santo con camión” “Claro, qué tonto”, dice él, y sigue jugando tranquilamente.

Ella le dice que se ha de ir a cocinar, porque esa noche vienen invitados. Va a la cocina, se lo piensa un poco, y decide hacer algo más clásico, un cordero, pensando que el puré ya es suficientemente exótico y que no quiere hacer pasar hambre a sus invitados. Sigue cocinando, y piensa que ahora, en ese momento, no se encuentra triste en absoluto, que quizás aquellos días anteriores hubieran sido una simple excepción, y que no debía preocuparse si a veces lloraba. Ha acabado la cena, y le dice a su hijo que le ayude a poner la mesa, mientras pone los cuchillos y los tenedores se pregunta si esta noche logrará estar simpática, logrará guardad la compostura y hacer ver que nada extraño pasa por su cabeza.

Después de poner la mesa se siente cansada, así que coge un libro y lo lee sentada en el sofá, siguiendo el hilo de la historia, intentando no pensar en nada, alejar cualquier cosa de su mente excepto aquello que estaba ocurriendo en el libro; dejar que la ficción engullera tranquilamente la realidad, sin pensar demasiado, sin sentir nada en particular. Al cabo de un rato le da la cena a su hijo, y a duras penas consigue meterlo en la cama, le arropa, y el niño (siempre tan curioso) le pregunta: “Mami, por qué vas más a misa que las mamis de los demás niños?” Otra madre con otro hijo quizás se hubiera sorprendido por la pregunta, pero ella ya estaba acostumbrada a esperar lo inesperado con su hijo. “Bueno, digamos que un día se me perdió algo allí y estoy intentando recuperarlo” “¿Algo como un anillo?, pregunta él. “Sí, algo parecido”, responde ella, mientras sonríe ligeramente, le da un beso, apaga la luz y entorna la puerta.

Se viste, se peina, se pinta los labios, se maquilla, mientras ve la casa ahora tan dormida, tan vacía. Y se ve a ella dentro de esa casa, no en un modo convencional, sino como si esa casa fuera un reflejo de ella misma, tan vacía, y a la vez fuera su prisión, una prisión en la que llora a escondidas, cerrando la puerta del lavabo, intentando no hacer ruido, mientras se aferra con fuerza a los barrotes. Acaba de ponerse el polvete y se ve a si misma, con ese vestido tan bonito, pensando que es un desperdicio ponerlo en un cuerpo como él suyo, que ella no merece nada de eso, ni a ese vestido, ni a ese hijo, ni a esa casa ni a ese jardín. Y piensa que su cuerpo, aunque bello, no está hecho para ese vestido, que tiene unos colores más viejos. Y piensa que el único consuelo que le quedará es ver los años pasar, mientras lo que queda de ella se aferra a aquello de lo que no puede escapar, preguntándose cómo habría sido. Y ahoga un grito, y sale fuera corriendo sin hacer mucho ruido, y ve el jardín, y la calle, todo tan oscuro, tan frío, y se rodea con sus brazos, y no puede evitar que sus lágrimas vuelvan a caer, pensando en que lo único que le gustaría es quitarse aquellos tacones y correr, correr tan rápido como pudiera, hasta la extenuación. Pero en vez de eso, consigue ahogar sus propios sollozos, y piensa en que la cena de esa noche será maravillosa, que ella está muy guapa, y que sabrá ser simpática, y que su marido estará contento de tener una mujer tan atractiva, tan educada, tan amable.

Mira un rato las escasas estrellas que brillan esa noche, se siente más cansada, siente que se ha quitado un peso de encima, a pesar de que aquello que jamás ha dicho sigue allí, que ahora sólo conocen ella y las estrellas. Vuelve a sentarse leyendo su libro, intentando no pensar en porque actúa de esa manera, en que le está pasando.
Poco tiempo después llegan los invitados, y ella les recibe con una sonrisa. Al llegar, su marido les pregunta “¿Tengo o no una esposa preciosa”, mientras todos se ríen. Se toman una copa y se sientan en la mesa, Melinda, la invitada dice que ese puré está buenísimo, y ella responde que leyó la receta en un libro de cocina francesa y que es la primera vez que lo prepara. Después llega el cordero, que hace las delicias de Jack y de su marido, que después de hablar de economía y de negocios, se ríen contando bromas y anécdotas. Ella habla con Melinda, intenta ser lo más simpática posible y que su invitada no se aburra, y hablan de todo: de sus hijos, de la escuela, de moda, de qué bonito es el vestido que lleva puesto. La charla prosigue después de la cena, en el salón, y Jack y su marido parecen estárselo pasando en grande, ella y Melinda están sorprendidas, sabían que ambos eran muy amigos, pero nunca les habían visto juntos en acción. Sigue hablando con Melinda, y piensa que es una mujer atractiva y simpática, le pregunta donde se hizo ese corte de pelo, que es tan bonito, y que le recuerda al de una actriz. Poco tiempo después Jack decide que es muy tarde y dice que se han de ir, ella y su marido insisten en que se queden más rato, pero no tienen ningún éxito. Ella besa a la pareja y su marido decide acompañarles hasta el coche.

Cuando se van, ella siente el nudo en la garganta, todo lo que había estado conteniendo durante tanto tiempo. Y siente la casa como la había sentido antes, tan vacía, tan falta de esperanzas. Y ella, que es esa casa y que a la vez está encerrada en ella. Y no sabe que decir, y no sabe que hacer. Y las palabras que nunca ha dicho rebotan en su cabeza. Y vuelve a ver la noche a través de la ventana. Y siente que sus emociones atraviesan esas suaves cortinas, y que algo bloquea el pálpito de su pecho. Y siente que todo aquello la supera. Pero esta vez no va al lavabo, ni siquiera hasta el sofá, se queda tendida sobre el suelo, de rodillas, encogida. Es una mujer joven, atractiva, con el pelo corto y ligeramente pelirrojo, suspira, y se seca las lágrimas.

sábado, 18 de octubre de 2008

Detrás de un libro.

Y él pasó página, con la cara escondida detrás de un libro, mientras sus células morían y los átomos colisionaban. Y ella le miraba, con una sonrisa en su cara. Pasaban los minutos, y ella seguía ahí, en el rostro del chico ensimismada. “Guapo”, le dijo ella; a lo que él levantó la mirada por encima del libro, para mirarla por un instante, pelo despeinado, sonrisa misteriosa, y luego seguir navegando a través de las páginas. El chico se preguntaba si estaba siguiendo el curso de la historia, mientras que la chica se preguntaba cuantas neuronas estarían patinando en su cabeza. Salía el sol, brillaba la luna, y los lustros se seguían. El chico detrás de un libro, ella en otro mundo. El chico, bajó un poco el libro, para que la mujer viera su mirada, mientras ella le decía “me gustan tu oreja derecha, es de elfo”. Los muebles de Ikea y la vieja casa parecían brillar ante su estrepita mirada, y a nadie le interesaba que el tiempo se parara. Él pensaba, ella bebía un vaso de agua. “Viste al asteroide pasar?”, preguntó él, con la boca abierta de asombro, y la mirada fija en sus pechos. “Diría que ha sido maravilloso”, dijo ella, al cruzarse con su mirada, ahora fija en su sonrisa, ahora fija en sus ojos. Ahora el chico confundido, ahora ella feliz. El chico detrás de un libro, ella ahora a su lado, rodeándole con sus brazos; decidieron que el sol no saldría mañana. Él detrás de un libro, y el universo seguía su curso.

lunes, 13 de octubre de 2008

La vengaza del arte.

Se suele tener la idea del escritor, del poeta, del artista como alguien muy romántico, muy idealista, que vive con la cabeza en las nubes; lejos del contacto con la realidad. Bien, pues personalmente creo que no hay nada más lejos de la verdad que esa concepción, la poesía, la literatura, el cine, la escultura, un cómic…cualquier forma de expresión artística, es una forma de autoconocimiento, de lanzar al mundo, a la realidad aquello que ha sido fruto de tu interacción con el mundo, con tu propia realidad.

Es, en definitiva, un ajuste de cuentas con la realidad, pues el arte es vengativo y cambia aquello que es urgente por lo que es verdaderamente importante: pasarte una tarde entera realizando un retrato, pensando cuál es la palabra más adecuada o practicando como interpretar el siguiente acto. Y lo haces porque en el fondo sabes que es algo que te llama, algo que necesitas, algo que al final te reconcilia contigo mismo y con una realidad que te ha tocado vivir, pues le devuelves la pelota, con mayor fuerza si es posible, contraatacas ante su ruin jugada. El arte es una venganza, que como toda aquella que se precie, se sirve fría, pues la tomas después de haberte enamorado, de perder a alguien a quien amas, o de oler aquello que deja la lluvia en las calles tras su paso, en una tarde cualquiera de octubre.

sábado, 11 de octubre de 2008

Por si os preguntáis cómo soy.





Buenas, hoy es mi cumpleaños, hago 19 años, y me ha parecido una ocasión perfecta para enseñaros algunas fotos mías, por si os preguntáis cómo soy fisicamente.

Cuidaros mucho,
Edmar

martes, 7 de octubre de 2008

Calles

Un hombre mayor, de unos cuarenta años, camina bajando una de las empinadísimas calles de la parte alta de Barcelona, la que está más lejos del mar; va muy formalmente vestido, lleva gafas, un traje gris y parece tener cara de desprecio y aburrimiento, de mal humor en general. Detrás de él camina un joven con el pelo muy corto, como máximo tendrá veinte años, viste de forma muy sencilla: unos pantalones vaqueros de un azul desgastado y una camiseta negra de Jimi Hendrix, en la que se ve una foto de su figura mientras toca la guitarra; al joven se le ve un tanto cansado (probablemente porque es pronto, por la mañana) y tiene una leve sonrisa, quizás ensoñadora, en el rostro.

El hombre del traje gris sigue caminando calle abajo, de repente ve una visera de un casco de moto tirada en medio de la calzada y empieza a darle patadas mientras desciende por la calle, trrrras trrras, la visera hace un ruido horrible al raspar con la acera tras cada patada del hombre; finalmente el hombre pega una última patada y gira a la derecha, hacia otra calle, dejando la visera suelta en medio del arcén. El joven de la leve sonrisa, que ha visto las patadas que propinaba el hombre a la visera, la recoge del suelo y la tira a la papelera más cercana.

Pocos minutos después, ese joven se detiene en su trayecto para contemplar la vista, está una de las zonas más altas de Barcelona, y desde ahí puede ver toda la ciudad, la montaña de Montjuïc, y, sobretodo, el mar, que es lo que más le gusta de la vista. El joven, mientras mira hacia al mar, piensa que ese es uno de los mejores momentos del día.

domingo, 5 de octubre de 2008

Aún a riesgo de resultar timorato.

Es algo que hoy en día, en muchas ocasiones, carece del respeto y, sobretodo, de la práctica que se merece, y es que mucha gente lo considera como algo timorato, sumamente anticuado, inútil, irracional y propio de gente falsa, peces gordos y hombres de negocios. Muy bien, pues yo creo exactamente todo lo contrario, creo que ejercitar la buena educación es importante, pues es un conjunto de reglas que nos ayudan a suavizar la vida, y que suponen una muestra de deferencia y respeto hacia los demás; siempre es mucho más fácil y agradable tratar con alguien con buenos modales a que un quiosquero, un taxista o un funcionario, te conteste con un gruñido y cara de mala uva. Y actuar con buena educación, no significa, ni mucho menos, negar tu personalidad: existen formas de expresarte o expresar tu desacuerdo de una manera lúcida y formal.

Mucha gente dice, tan campante, que la educación es sólo un prejuicio pequeñoburgués, y que no tiene mayor importancia ni utilidad. Pues en mi opinión no es así, pues que dos personas ejerciten los buenos modales ayuda a evitar posibles conflictos o situaciones embarazosas que puedan surgir entre ellos, gracias a que con unas determinadas pautas de comportamiento se hace más difícil que surjan fricciones desagradables entre las personas. Es más, diría que una persona maleducada, desafortunadamente, se respeta poco a si misma, ¿pues cómo va a respetarse si no es capaz de respetar a quien tiene enfrente suyo?

miércoles, 1 de octubre de 2008

Sólo le molestaré un instante.

Sé que no debería, que mi familia estaría decepcionada, pero a veces quisiera tirar mi traje, tan formal y bien planchado. Y sé que es una locura, que es mejor ver los minutos chocar uno a uno, sin pensar que por ello el mundo se acaba, y sonreír ante aquello que te vacía por dentro, que te machaca pedazo a pedazo, hasta que queda sólo eso; un agujero en el alma. No puedo evitar pensarlo, pensar que sería tan placentero suicidarse socialmente mañana, sin dejar ni una nota, ni una palabra ni un mensaje. No puedo evitar pensar si yo lo elegí, o si más bien lo eligieron por mí: ya sabéis, una vida sin rumbo, una duda constante, una pérdida sin ningún lugar adónde ir. También un coche, una casa, y el resto de cosas. Sí, vivir en una casa con jardín siempre fue para mi gratificante.

Quizás algún día tendré que admitir soy un río sin cauce, o un extraño en tierra de conocidos. Y no es que me importe demasiado; entiéndanme, pues siempre preferí ser un tarado a formar parte del séquito del rey, siempre con falsas sonrisas y miradas que no dicen nada. Aún así, como ser humano, tengo mis flaquezas, y a veces no puedo evitar pensar que quizás sea mejor de la otra manera, ya sabéis, tirar a la basura ese poema de Robert Frost que tanto amo, comprarme unos pantalones a la moda y andar en la dirección del rebaño.

Pero cualquier día me volveré a levantar, esta vez con ánimo renovado, peinaré mis pestañas y regaré en mi jardín las plantas, oliendo el rocío que a veces se levanta. Y un día oscuro y de sueño, volveré a cielos más grises, preguntándome porque con el estigma de Caín se ve todo tan complicado.
Quisiera no tener que dejaros, aunque sólo sea por un instante, pero en toda historia siempre hay un punto y final; suelo tener la sensación de que el mío lo ha dicho todo, sin decir del todo nada.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Adolecer de esencia

Era frío como la distancia,
no supe ser fuerte.
De piedra esculpieron mi boca
y mi corazón se llenó de nada,
de una vacío que pesaba inmensamente.

Cada vez más cortas mis alas
y más lejanos mis sentimientos.
Así el hielo quemó recuerdos
ahora en mi mente perdidos.
Yo creí sus mentiras.

Mamá, al ver mi mirada perdida,
dijo que jamás llorara.
Supongo que tras el paso,
…sólo quedó el polvo.

¡Despiértate! Eres sólo un niño,
feliz con sus nuevos zapatos,
que le alejan de timoratos.
Ahora no hay más miedos,
cegaré en mi empeño.
Puedo ver donde voy.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Estamos Muertos Otra Vez

- Me acuerdo que de pequeño oía a mi padre decir a mi madre, “no le cojas cariño a Manuel, que se te morirá..:”.- dije yo.

- Claro, tú porque eras pequeño y no te acuerdas, pero solía irse todas las noches de juerga, y al día siguiente solía amanecer en el lugar más inesperado. – dijo ella.

- Tanto alcohol no puede se bueno – dije yo, inocentemente

- Bueno, sí, si sólo fuera alcohol…

- Vaya, pues yo le veía buena persona, sí, y tenía una colección de discos alucinante, quizás era alguien demasiado nervioso, pero nunca noté nada demasiado raro, por lo menos no tan raro…no me imaginaba eso de él.

- No, hombre, no, si eso no significa que no sea buena persona; lo es, es muy divertido y tiene un corazón de oro, pero ya se sabe, a veces las personas esconden cosas que ni siquiera te imaginas.

- Sí, de hecho me acuerdo que ante tenía una nueva, parecía la típica chica mona y agradable, pero de repente la chica empezó a venir mucho a mi casa, la veía en el salón llorando y hablando con mi madre, diciéndole que no podía ser ella misma, y que Manuel no la dejaba mostrarse tal y como ella es. Cada día la cosa parecía más rara, hasta que un día, mientras estaba en la playa con mis dos amigos, la vimos con Manuel en el balcón de mi casa, la tía no paraba de llorar y de abrazarse a él, mientras le rasgaba la ropa, y le decía que si no la quería ella se tiraba del balcón allí mismo.

- Es que tienes que entenderlo, él se iba de fiesta a mil sitios, se encontraba a cualquier chica y se ponían hasta el culo de todo en una noche; de algo así no puede salir nada bueno.

- Sí, claro, pero Manuel todavía está vivo, y…

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Te acuerdas de mi amigo, que te dije que se había muerto su padre hace poco?

- Sí.

- Pues es tan extraño, algunos que se drogan, se maltratan y se respetan poco a si mismos logran sobrevivir, otros que son personas buenas, corrientes, más o menos sanas, como el padre de mi amigo, mueren de repente y por accidente. No sé, es tan injusto-dije yo cabizbajo y entristecido.

- Sí, pero el mundo es así, y no puedes hacerle nada; al menos a los que estamos todavía aquí podemos seguir adelante, y eso debería ser un consuelo para los que ya no están aquí-dijo ella, intentando animarme. Me miró y me rodeó con el brazo. “Supongo que lo mejor que podemos hacer es intentar honrar su memoria” - pensé yo, aún cabizbajo y aún entristecido.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Muertos

Podría colgarme de mi armario,
o podría dejar mis viejas mudas,
en un día soleado,
y salir con piel cambiada.
Pero nada es tan sencillo
como hacer surcar mi barca

Puedo estar muy roto,
y también estoy cansado.
Podría dejar las ideas,
de enfrentarme a mis mil batallas
Aún con ojos rotos,
y confundidos,
procuro alzar la mirada

jueves, 18 de septiembre de 2008

Hoja En Blanco

La mesa estaba llena de hojas sueltas y desordenadas, y el ventanal cercano a la mesa se encontraba abierto, así que era cuestión de tiempo alcanzar la libertad. Como hoja en blanco que era, esperaba perder la virginidad (también conocida, en el idioma de las hojas en blanco, como blanquizidad) y que un día vertieran un montón de tinta sobre ella. Pero el problema era que se respetaba mucho a sí misma, era muy consciente de su valor y autenticidad, así que no quería entregar su blanquizidad a cualquiera: ella esperaba un príncipe azul que escribiera sobre ella un bello poema para la posteridad, o quizás un dibujante que hiciera un hermoso retrato de suaves y eróticas líneas, o un arquitecto que la convirtiera en todo un plano de un futuro museo, o tal vez un actor que hiciera de ella su esquema principal de diálogos, para recordarlos mejor en su interpretación shakespeariana. Está bien, no tenía muy claro lo que quería, pero sí que tenía muy claro lo que no quería: que el propietario de la casa en la que vivía la convirtiera en uno más de sus aburridísimos textos pseudopolíticos, todos ellos llenos de falacias y faltas de ortografía. Así que ahora que se había dejado el ventanal abierto tenía la esperanza de que una ráfaga de viento la liberara por completo de aquél malvado opresor. Y así fue, pues poco después llegó un fuerte golpe de viento que la llevó fuera de la casa, hasta que aterrizó cerca de un coche rojo. Con la emoción de haber salido libremente de aquel lugar no se había dado cuenta, pero poco después advirtió que muchas de sus hermanas hojas en blanco, con las que tanto tiempo había compartido en aquella desordenada mesa, también estaban volando libremente, para después caer gracilmente cerca de donde ella se encontraba. Empezó a pensar que la libertad de la que ahora disfrutaba era maravillosa y que un futuro se abría ante ella, un millón de posibilidades, de acontecimientos y aventuras que podían llegar a sucederle, ¡qué mágico parecía el mundo de la hoja en blanco libre, donde todo podía suceder! Pero poco le duró la alegría a la pobre hoja en blanco, ya que al cabo de escasos minutos un nuevo golpe de viento vino y se llevó aún más lejos a otras hojas en blanco. Hasta el momento se había sentido bien, pues se encontraba en la pequeña calle que tantas veces había visto a través de la ventana, conocía bien que coches aparcaban ahí y quienes eran los vecinos; pero lo de las otras hojas en blanco era diferente, se habían ido mucho más lejos. Y aquello la asustaba. Se sentía angustiada pensando los millones de lugares donde podía ir a parar con su recién adquiridaza libertad, todos ellos le parecían ahora llenos de peligros. Sentía muchos nervios y pensaba que quizás aquello de la libertad no era tan fantástico, que ser autor de tu propio destino y responsable de todas tus acciones en un mundo tan incierto era algo demasiado desconcertante. Así, como el miedo que le daba su recién adquirida libertad era considerable, sintió un gran alivio al ver que su antiguo amo salía del portal y la recogía junto a tantas otras hojas.



PD: Siento haber tardado tanto en actualizar mi blog, pero es que he estado varios días fuera de casa, visitando a familiares que viven lejos. Así que si a alguno/a le gusta leerme, no os preocupéis, que las actualizaciones serán más constantes; lo de la última semana ha sido la excepción y no la regla. Abrazos para todos.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Frío y Lluvia

El viento azotaba con fuerza en la penumbra y la lluvia parecía caer en todas las direcciones, empapando su rostro y su cuerpo. Su negra gabardina ondeaba al ritmo de la tormenta, y el frío se calaba hasta en el último centímetro de su cuerpo. Recorrió cabizbajo las desoladas calles, intentando llegar cuanto antes a su viejo Cadillac; cuando llegó, malhumorado, cerró con fuerza la puerta, pensando en lo infructífero que había resultado aquel día. Echo el asiento hacía atrás, y puso un CD de Miles Davies, así, echado hacia atrás, y viendo caer la lluvia sobre el pavimento, sus rotos y viejos pensamientos parecían perder todo su sentido. Estaba muy tenso, así que intento dejar pasar sus pensamientos y relajarse. Se despertó poco después, y sin saber porqué, le vino a la muerte su difunta abuela, que en los días de lluvia siempre le recordaba que en un día tan negro como aquél había conocido a su marido, y que habían recorrido felices toda una triste ciudad, deprimida, mojada, de luces tenues y puertas cerradas. Sin saber muy bien porqué, se apoyó sobre el asiento y sus lágrimas cayeron, dejando un sabor salado en su boca. Todo un pasado que él jamás había vivido parecía abalanzarse sobre su corazón. Arrancó el Cadillac, y aún confuso se dirigió hacia casa, aparcó cerca y bajó del coche. Al caminar entre la lluvia y penumbra, sintió que una pesada carga que lleva sobre sus hombros sin saberlo se había vaciado, por primera vez en mucho tiempo no se sentía cansado.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las Horas

Suavemente, una mujer de rostro triste se mira al espejo y se arregla el pelo mientras piensa que entre tristezas y habitaciones iluminadas se suceden las horas; los instantes donde todo en tu vida parece cobrar un extraño sentido, y puedes palpar con la yema de los dedos una comprensión profunda, capaz de trasladarte a otro lugar, a la mente y al corazón de aquella extraña que camina por la calle, con la que se cruza tu mirada. Tiene el pelo ya arreglado, y sin saber porqué, pone las manos sobre su pecho, como si acariciara una delicada cortina que al viento ondea; y siente el aroma de emociones contenidas que se evaporan en el aire, confundiéndose con medias verdades escondidas. De repente cae sobre la cama que estaba cerca de ella, se curvan sus hombros, se agazapa y se encoje, mientras sus lágrimas caen. Y no puede evitar recordar, evocarlo todo, pasos ligeros, miradas pausadas, gestos sutiles…No sabe donde está, no sabría ni decir su nombre, sólo es consciente de la tristeza que la rodea y la ahoga. Intenta luchar contra ello, ahogar la tristeza y encerrar las lágrimas, sabe que su marido y unos invitados están en el salón, y que ha de ir ahí y mostrarse simpática. Se aclara la garganta, y se seca las lágrimas; se da cuenta de que está hecha un desastre. Va al tocador y se retoca el maquillaje. Después, suavemente y con el rostro aún entristecido, se mira al espejo y se arregla el pelo.