domingo, 23 de noviembre de 2008

Alex

- Y yo le veía ahí, solo, prácticamente en un rincón, sin hablar con nadie. Sentía un inmenso nudo en la garganta, y una inmensa rabia, una furia que me comía, quería estallar en gritos o algo parecido, no soportaba verle así.
- ¿Fue muy difícil para ti verle así, verdad?
- Sí, y yo estaba allí, que se me saltaban las lágrimas de rabia e impotencia, me contenía, sí, pero no sabía que hacer.
- ¿Te planteaste alguna vez que para él no fuera tan difícil estar en esa situación? ¿Que, en realidad, fuera mucho más difícil para ti?
Él no respondió a la pregunta instantáneamente, sino que dio un suspiro, se inclinó hacia delante, se frotó la frente, y con las manos juntas dijo:
- ¿Sabe cuándo entendí muchas de las cosas que le pasaban por la cabeza?
- Me encantaría oírlo.
- Fue ese mismo día, poco después se acercó a mi, me tiró de la pierna del pantalón para llamar mi atención y me dijo, con rostro preocupado: “¿Te das cuenta papá? Están compitiendo todo el día, unos con otros, pero sólo gana uno, los que pierden a veces lloran y el que gana sólo piensa en ganar otra cosa”.
De repente se hizo un silencio, pero no era un silencio incómodo, parecía como si el padre quisiera que las palabras de su hijo flotaran en el aire, como si fueran un paño de oro que merece ser contemplado detenidamente.
- ¿Le asombró mucho que su hijo dijera aquello, verdad?
Él afirmó con la cabeza, mientras el otro se inclinó y gesticulando con las manos le preguntó:
- ¿Qué cree que estaba intentando decirle su hijo?
- Me decía “Papi, no te preocupes, a mi no me importa tanto”. Es un niño muy inteligente y muy tímido, por eso no podía decirme sencillamente que no tenía porque ponerme así, que no era tan importante.
- ¿Entonces usted estaba preocupado por su hijo, pero a él no le pasaba nada hasta que se entristeció al verle preocupado?
- Ya ve, doctor, a veces la vida es una inmensa paradoja.

domingo, 9 de noviembre de 2008

El Viaje de Chihiro

Observo su rostro y una cálida lágrima se desliza por mi mejilla, jamás pensé que los dioses pudiesen estar en todas partes, invadiendo nuestra materialista realidad con su mágica llamada. Jamás pensé que el mundo, el mundo más real, el mundo de los sueños, pudiera ser tan bello. Gracias Chihiro, me has enseñado más que el millar de páginas de filosofía y clásicos que he leído, tanto racionalismo barato acabó por matar al niño que siempre he llevado dentro; tú me lo has enseñado, jamás volveré a ser un simple eslabón de la cadena, jamás olvidaré quien soy: ese niño rubio de pelo enmarañado que no se cansa de soñar mientras mira las estrellas.
Porque si nos roban nuestro verdadero nombre jamás podremos volver a nuestro hogar, si olvidamos nuestra identidad jamás podremos volver a mirar las estrellas mientras su luz ilumina nuestros ojos.

Chihiro sonríe mientras me mira, la dulzura está en cada uno de los poros de su rostro, su silueta dibujada y transparente parece desvanecerse hacia la verdadera realidad, dejándome a mi en este extraño lugar. Quisiera volver a pintarla con mis acuarelas, esas mismas que utilizaba de niño para dibujar elefantes, pero Chihiro sonríe y sonríe, y es transparente y es lívida, y es cercana y es lejana, como un sueño apunto de desvanecerse. Y así es...ella desparece con la misma lógica irracional con que apareció, y me deja a mi sentado en un banco de un parque vacío, desdibujado en una postal otoñal pintada por un bohemio desesperado, rodeado de hojas caídas, frío errante, ocres difuminados, árboles sin nombre y una fuente donde calmar mi sed, cuya agua no deja de fluir jamás.

Chihiro y su viaje se desvanecen, y me dejan a mi solo y triste, pero se que puedo volver a encontrar su magia siempre que quiera: sólo he de cerrar los ojos. Y así podré volver a encontrar la fuerza para no ser un simple eslabón de la cadena, para no pintar un cero más en la fila. Así encontraré la fuerza para soñar, vivo y despierto, muerto y dormido; la fuerza para luchar por lo que sueño, la fuerza para luchar por lo que amo.