sábado, 13 de diciembre de 2008

Café

Olía a café por toda la sala. Ella odiaba el café, pero le encantaba su olor, lo sentía entrar por su nariz y le recordaba a algo exótico y lejano. Pensaba en el olor del café porque, probablemente, era su único consuelo en aquella panadería en medio de la ciudad. Veía, a través del cristal, a la gente pasar, arriba y abajo, izquierda y derecha, un sinfín de pasos que resonaban contra el arcén. “Todo esto es de locos”, pensaba una y otra vez, siempre que tenía que ir a la ciudad; pero no era sólo un pensamiento, también era una intuición de que algo allí no acaba de funcionar del todo, acompañada siempre de un sentimiento de desamparo que tenía al ver todo el ajetreo, a todo el mundo corriendo siempre, siempre en círculos, sin pensar nunca en la silueta que habían descrito sus pasos o en cuan humano podía llegar a ser equivocarse. Pero no sólo la gente, también veía todos los edificios, tan altos y tan fríos, todos apiñados y aglomerados, uno detrás del otro; y las personas que vivían ahí, en aquellos pisos enanos que valían su peso en oro, en el centro (o no tan centro) de la ciudad, ¿no tenía la sensación de que cada vez que entraba en su “casa” se estaba metiendo en un cajón? Como aquellos japoneses que viven en casas enanas y duermen, literalmente, dentro de un armario.

“Todo eso es de locos, malditos cosmopolitas, estáis todos locos”, volvía a pensar una y otra vez en su cabeza. Pero ese pensamiento tampoco daba para mucho, y no es que fuera muy agradable, así que decidió intentar fijarse en otra cosa. Dio un mordisco a su croissant, le encantaba, era un de esos muy dulces, con mucho caramelo. Y mientras lo saboreaba, coqueta como era ella, se limpiaba cuidadosamente con la servilleta de papel, despacito y con toques suaves sobre sus labios. Se fijó en el interior del local, la verdad es que era un sitio muy bonito, tenía una decoración retro y unos sofás anchos muy cómodos, y lo mejor de todo era la música, que encajaba perfectamente en el ambiente, siempre un jazz o un blues, de aquellos que solían ser tan tranquilos e improvisados, siempre llenos de emoción. Y aquello le recordaba a una de sus ilusiones, comprar un día un local y montar ahí su negocio, había pensado para ello en varias cosas, un restaurante no era mala idea, y hacer un café literario también le haría mucha ilusión, hacer un bar grande donde pudiera hacer exposiciones de cuadros y fotos de artistas desconocidos era otra idea interesante, además también podría poner muchas mesas para ajedrez y juegos de cartas, o también podría hacer un bar con una pequeño escenario para invitar a humoristas a que hicieran monólogos. Sin duda alguna, todas aquellas eran buenas ideas, pero la que más le atraía era la de hacer un club de jazz, con música en directo, y pasarse el día buscando, escuchando e invitando a bandas.

Pero todo aquello, por el momento, sólo eran ilusiones, ahora no tenía, ni de lejos, el dinero necesario para pedir un préstamo. Era abogada, y le gustaba el derecho, le gustaba su trabajo, y el problema era precisamente ese, que su trabajo le gustaba; y algo que te gusta puedes llevarlo durante mucho tiempo, no sé, diez, veinte años, a diferencia de algo que te encanta, con lo que puedes estar toda una vida. Por eso, a pesar de que le gustaba su trabajo, siempre pensaba en que podría hacer en el futuro.

Terminó su croissant y su vaso de agua, y como vio que su cita no llegaba, decidió salir de aquella cafetería que tanto le había gustado. Sintió el viento en la cara al salir, sensación que la maravillaba a pesar del frío, y pensó que lo de su cita no era muy importante, un simple asunto de trabajo que podía esperar. Y al salir y sentir aquel viento y aquel frío tan agradables pensó que no había estado mal haber estado esperando un rato sola, con sus ideas, sus pensamientos, sus emociones…Un rato a solas con ella misma.