martes, 3 de febrero de 2009

El Guardián entre el Centeno

El pelo gris despeinado y la mirada fija, perdida en el horizonte. Labios absolutamente sellados, rostro un tanto sombrío.
- ¿Quieres que te repita la pregunta, chico?
Seguía sin decir nada, sin cambiar de postura.
- ¿No has entendido la pregunta?
Silencio.
- ¿Qué quieres ser de mayor?
De repente, el joven parece reaccionar, cambia ligeramente de postura y levanta la vista:
- Me gustaría ser un ordenador.
- ¿Un ordenador? ¿Cómo una máquina? ¿Un equipo informático?
- No, no es eso, no tiene nada que ver.
- ¿Entonces?
- A veces entras en una habitación y todo está desordenado, pero es sólo un reflejo de lo que ocurre en el interior. Ves todos los discos tirados, huérfanos de sus cajas, la ropa desperdigada por todos los rincones, cómics con hojas desgarradas, y libros tirados en el suelo, pisoteados. Y cuando ves eso, si te fijas, puedes verlo todo: todas las guerras del mundo, todas las violaciones, todos los asesinatos, todos los gritos, todo el dolor, todas las lágrimas…
(…)
“Es por eso que me gustaría ser un ordenador. Alguien que va de casa en casa, ligero de equipaje, a lugares donde las cosas están rotas y desamparadas. Y al llegar a uno de esos lugares, empezar tu misión, poner todo en su sitio; poner orden en medio del caos. Paso a paso, sin pausa y sin prisa, recoger las desperdigadas lágrimas y hacer de ellas un estanque. Y al terminar, pararme un momento, inhalar y exhalar un instante, tumbarte en algún lugar, cerrar los ojos y no pensar. No pensar y sólo sentir. Sentir que del polvo has hecho estrellas. Que todo está bien.”

martes, 13 de enero de 2009

Escisión

Es una chica joven, tiene el pelo enmarañado y despeinado y un rostro precioso en el que no hay ni un atisbo de sonrisa, con unas facciones suaves: ojos redondos color miel, orejas pegaditas a la cara, una nariz pequeña y una boquita de piñón. Está en el salón, pero aún así les oye discutir, oye a su padre dando un grito y a su madre hablando muy rápido. No le importa que discutan, no le importa ni lo más mínimo, les ha oído ya muchas veces, pero la primera vez tampoco le importó lo más mínimo, ni ninguna de las siguientes. Siente que aquello no va con ella, que es un mundo aparte y que no le importa que discutan, pero el ruido que hacen sí que le molesta. Era una ocasión como cualquier otra para salir de casa e ir al cine, a aquel cine que se encuentra a la vuelta de la esquina al que tantas veces ha ido. Así que va a la entrada, coge el primer abrigo del perchero y sale por la puerta.

Es una chica a la que no le importa mucho su vestimenta, por lo que muchas veces lleva ropa vieja y descolorida; esta vez, sin darse cuenta, se ha puesto la gabardina de su padre. Nota que algún hombre la mira extrañamente, y sabe que podría volver a su casa a por su abrigo; pero le da igual como la mira, le resulta intrascendente, así que sigue su camino a través de la gris ciudad y el cielo nublado. De repente, sin previo aviso, se ilumina su mirada y en su rostro se dibuja una sonrisa, ha visto algo maravilloso: un perro posado sobre sus cuatro patas delante de un portal, es un husky siberiano precioso, muy grande, con su precioso pelaje blanco y gris y sus ojos tremendamente azules; pero una vez ha dejado de mirar al perro y sigue el transcurso de su camino su sonrisa y la luz de sus ojos se vuelven a borrar mágicamente, tan rápido como han llegado.

Al llegar al cine ve que hay tres películas en el cártel: una película de guerra, una historia de amor y una de piratas; rápidamente opta por la de piratas, siempre le gustaron los barcos, aquellos artilugios inmensos y maravillosos que flotan y se mueven sobre el mar. Va a la taquilla a pedir la entrada, pasa la cola y, cuando llega, ve una inmensa sonrisa en el rostro del taquillero. No siente nada ante la sonrisa amable de aquel hombre, ¿por qué habría de sonreír? Sencillamente, no lo entiende. Pide su entrada, la coge y entra dentro del edificio. Espera largo rato sentada en la esquina de un banco, mirando fijamente sus zapatos, casi sin ninguna expresión en su rostro. A veces levanta un poco la vista y ve a la gente pasar, ve que ríen y que sonríen, pero no entiende porque.

Más tarde entra en la sala, que también es una sala de teatro, y rápidamente sube al gallinero, es un lugar que le gusta mucho, y ahí no suele haber nadie. Es de las primeras en entrar, espera a que entre más gente, nadie más se coloca en el gallinero, y poco después empieza la película. Le gusta y le entretiene, aquellos inmensos barcos cruzando el mar, las espadas, los loros y las patas de palo. Pero a medida que va pasando la película también se desconcierta, se desconcierta porque ve a la gente, que a veces ríe, algunos a grandes carcajadas, que se emocionan, se ponen tristes, a veces lloran, algunos con grandes sollozos, pero no entiende porque, se siente separada y ajena de aquellas risas y aquellos llantos. Nada tienen que ver con ella.

Cuando acaba la película, sale a la calle, de vuelta a casa, está lloviendo y la chica sigue con el mismo rostro indiferente, inexpresivo, y se esfuerza por recordar y grabar en su memoria aquellos barcos, aquellos loros y aquellas patas de palo que tanto le habían gustado. Y de repente mientras recuerda la eslora de un barco pirata ve la cosa más triste que ha visto nunca, aquel husky siberiano, aquel perro tan bonito, está mojándose; la chica no puede evitarlo y de repente su rostro se inunda de lágrimas, se siente inmensamente triste y corre hacia el perro. Lo abraza, lo coge entre sus brazos mientras le acaricia su precioso pelaje para que entre en calor; el perro ronronea, le encanta que le acaricien, mueve la cabeza y, dócilmente, lame la oreja de Jane.